¿Ratas o colaboradores? 

¿Las organizaciones son campos de batalla o espacios sociales colaborativos? En toda empresa o institución hay personas y grupos con intereses e intenciones políticas contrapuestas. Si algunos de ellos se salen con la suya, los otros salen perdiendo. Entre ellos puede haber, en algunos casos especiales, coaliciones circunstanciales, pero no una estrategia consistente de colaboración. Son “contrincantes” o, por utilizar una expresión más fuerte, “enemigos”. Por este motivo, es inevitable que en toda organización existan juegos políticos, a veces soterrados y otras veces evidentes como verdaderas “guerras” internas. Estos conflictos políticos pueden producirse entre distintos niveles “jerárquicos” (entre jefes y sus equipos) o entre distintas áreas de gestión, que se comportan como clanes.

Por otra parte, solo desde la ingenuidad se puede perder de vista que en toda organización algunas de las personas son “tóxicas”, egoístas y malintencionadas, mientras que muchas otras son honestas, confiables y trabajan por el bien común.

Los conflictos y juegos de poder son inevitables, pero en algunas organizaciones o en algunas circunstancias son predominantes, y resulta muy difícil conseguir una cohesión suficiente para poder funcionar con una cultura colaborativa en pro del interés general. Cuando esto ocurre, se generalizan unas reglas de juego basadas en la astucia. En esos casos la inteligencia se pervierte porque se pone al servicio de la guerra y la manipulación. Un paradigma de esto es lo que describe Joep Schrijvers en su libro “La estrategia de la rata. El arte de la intriga y la conspiración en la oficina”.

Una de las prioridades estratégicas de cualquier organización es reducir al máximo posible el escenario de guerra política interna, y propiciar el predominio de una cultura colaborativa. Si no se consigue, es imposible un buen ejercicio del liderazgo, un clima laboral saludable y un nivel suficiente de engagement entre todos. Lo que está en riesgo es la sostenibilidad.

Una cultura organizacional en la que predomina la astucia en las relaciones entre personas y entre equipos o áreas funcionales envenena el ambiente de trabajo, y esto, además, produce efectos hacia el exterior: al instalarse una cultura interna de suspicacia, manipulación y zancadillas, termina institucionalizándose -consciente o inconscientemente- una cultura manipuladora también hacia los clientes y de falta de responsabilidad social y medioambiental.

La solidaridad y la inteligencia colaborativa empiezan por casa, entre los directivos y los empleados, entre los miembros de los equipos y entre las áreas funcionales, y se extiende hacia fuera de la organización, hacia la posibilidad de desarrollar estrategias colaborativas con los clientes y con la sociedad.