Un avance fundamental para entender las bases de la evolución humana es el concepto de “cerebro social”, relacionado con los grupos grandes de convivencia.
El neuropsicólogo Nicholas Humprey, que tuvo una experiencia en el estudio de gorilas de montaña junto a Dian Fossey, publicó en 1970 un trabajo titulado “La función social del intelecto”. Planteó que cuanto más complejos son los colectivos sociales se tornan más exigentes las necesidades intelectuales y, por lo tanto, más se incentiva el desarrollo del cerebro.
En los grupos de convivencia más numerosos se produce un desarrollo mayor de las capacidades cognitivas y las funciones cerebrales.
Entre los especialistas predomina el consenso sobre la hipótesis de que en las especies que viven en grupos se produce un mayor nivel de encefalización y de sofisticación del cerebro, desarrollos que están vinculados con la gestión de la complejidad de las relaciones sociales. Por ejemplo, las especies de monos y primates tienen que gestionar estructuras de jerarquías, alianzas, resolución de conflictos, favores recíprocos, reglas de convivencia, interpretación de las actitudes y comportamientos de los demás, etc.
El cerebro es más desarrollado y presenta una mayor capacidad cognitiva cuando la especie se encuentra en un escenario de exigencias complejas, para las que no son suficientes los patrones hereditarios básicos. Estas exigencias complejas pueden provenir tanto de entornos sociales numerosos como de entornos ecológicos dificultosos, y aún en mayor medida cuando existe una combinación de ambos.
No hay dudas respecto a que la convivencia en grupos grandes genera un desarrollo especial del cerebro y de sus capacidades. El cerebro humano, además de la sofisticación general de sus estructuras perceptuales e intelectuales, tiene un desarrollo especial en la capacidad de intuir, entender e interpretar las actitudes, comportamientos e intenciones de los otros individuos. Es lo que se denomina “Teoría de la Mente”. Y esto implica el nivel de eficacia de interacción, la posibilidad de empatía y la inteligencia intersubjetiva a la que se refiere el concepto de “cerebro social”.
La inteligencia social permite a los individuos no solo la convivencia, sino disponer de diversas capacidades específicas, como la de engañar a los demás en beneficio de intereses egoístas, la preocupación de los individuos por su reputación y aceptación social, la predisposición a estar en alerta para detectar y castigar -o marginar- a los tramposos, la del respeto del espacio y los intereses de los otros, la de la cohesión social, la de coordinación y, la que más nos interesa en el contexto de la reflexión sobre la inteligencia colectiva y la inteligencia colaborativa, la capacidad de cooperación.
Fragmento del libro Inteligencia colaborativa e inteligencia colectiva, ¿hasta dónde podemos llegar?
Guillermo Bosovsky